El apellido Pacheco ha pasado a ser emblemático para varias generaciones de periodistas formados en la Universidad de Concepción. A partir de él evocan el nombre y la figura de Alfredo Pacheco Barrera, que desde 1960, y por una década, fue el director de la Escuela de Periodismo. Antes de eso ya había desarrollado una dilatada labor en diarios y radios del sur del país y en la propia ciudad de Concepción.
Nacido en Temuco el 26 de septiembre de 1923, Alfredo Pacheco estudió dos años Derecho en la Universidad de Chile. En 1943 inició su carrera periodística como reportero de El Diario Austral, de Temuco. El año 45 lo sorprende en funciones similares en La Prensa, de Osorno. En el 46 retorna a Temuco para asumir la jefatura de informaciones de El Diario Austral. Cuando se funda el vespertino Crónica, de Concepción, 1949, vino y se hizo cargo de la Jefatura de Informaciones. En 1951 es subdirector de El Diario Austral y en forma interina sirvió las direcciones de El Correo, de Valdivia y La Prensa, de Osorno. En 1953 es designado director de La Patria, de Concepción y en 1960 comienza su vida como profesor vinculado a la Universidad de Concepción.
En el que fuera el segundo emplazamiento de la antigua Escuela de Periodismo en su historia, el subterráneo de la Facultad de Medicina, enseña Periodismo Informativo y Periodismo Radial. Predica sobre lo bueno y lo malo de la profesión, alerta sobre los totalitarismos, aboga por un acercamiento a la objetividad, llama los estudiantes a descubrir el mundo cada mañana. Se le respetaba, tenía credibilidad y se le quería. Lo que realmente lograba, siendo un hombre como todos, era irradiar bondad. Cosa que quienes fuimos sus alumnos nos vinimos a dar cuenta sólo cuando lo tuvimos lejos. Su humor era cosa notable, en ocasiones simple: “Sabes cómo le puso una señora a su fábrica de queques”, consultaba de improviso y a propósito de nada. No sé, era la respuesta. “Quequería su señoría, pues hombre”. (...)
Apreciaba grandemente las muestras de humor de los demás. Era curioso verlo enojado. No se molestó ni siquiera cuando en broma estúpida un grupo de estudiantes tomó en vilo su pequeño Fiat y lo pusieron en lo alto de la escala del pórtico de la Facultad de Medicina. Amaba la vida. Sandwich predilecto, “el aliado”. Jamón y queso.
Que aprendimos de Alfredo Pacheco, si que aprendimos y mucho. De sus clases, de sus conductas, de su palabra reflexiva y bien dicha. “Es menester pensar previo a escribir o hablar”, le escuchamos tantas veces. Anhelaba, quería tener un hijo periodista. No alcanzó a verlo. Camilo, el menor, hogaño lo es. Andrés , el mayor, un abogado.
Pacheco viajó por el mundo. Junto a su esposa la periodista Paulina Gallardo y sus hijos, residieron en Santa Fe de Bogotá entre 1972 y 1980. Desarrolló una innovadora y fructífera labor en el Centro Interamericano de Prensa Educativa y Científica, CIMPEC-OEA. Regresó a Chile para asumir la subdirección de El Sur. Cercano a la jubilación cumplió labores de consejero de la Dirección y a la vez editor del suplemento Actual, en donde por única vez lo tuve profesionalmente como jefe. Pauteaba entrevistas, ordenaba pero dejaba hacer. Confiaba a plenitud en todo aquél a que había contribuido a formar profesionalmente.
Alguna vez Alfredo Pacheco es seguro que plantó un árbol. Cumplió entonces satisfactoriamente con el paradigma de lo que debe necesariamente hacer un hombre en la vida “plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro”. Tuvo hijos, escribió varios libros: “Manual de Periodismo Educativo y Científico”, “Diez Años de Cooperación Interamericana”, “La Otra Mirada de Quintín Quintas”, que reunió en un volumen una selección de sus mejores columnas publicadas bajo su seudónimo de toda la vida, el que incluso utilizó en la desaparecida Radio Simón Bolívar. A propósito, al despedir un último comentario en una emisora de Temuco, no reparó en que el radiocontrolador había dejado el micrófono abierto y luego de creer que había concluido espetó a viva voz “señores radioescuchas váyanse a la ...”. Eran tiempos sólo de radio en Temuco. Los teléfonos aquella noche no cesaron de sonar y no precisamente con llamadas para congratularlo o lamentar su partida...
En 1965 recibió el Premio Nacional de Periodismo. En 1983 el Premio Alejandro Silva de la Fuente, de la Academia Chilena de la Lengua.
Este ser humano excepcional, periodista por añadidura, falleció el 9 de mayo de 1989. Tres meses después que fuera reabierta la Carrera de Periodismo de la Universidad de Concepción. Había soportado a pie firme una prolongada enfermedad. Contaba apenas con 66 años de edad, plena juventud... Dio sólo tiempo para una misa de réquiem en la Iglesia de La Merced, no para discursos de fúnebres. Pareciera haber tenido prisa para que sus cenizas fueran esparcidas cuanto antes en las aguas de la mejor bahía de todas las Indias...
Hugo Olea M.
Periodista
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